viernes, 9 de mayo de 2008

El color del cristal

Antonio López. "Lavabo y espejo" (1967)


Escribió el poeta Ramón de Campoamor en una de sus "Humoradas" que "...en este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira". Tan sabia y acertada es la frase que se ha convertido en un dicho popular. En efecto, los seres humanos tenemos la tendencia natural de interpretar la realidad que nos rodea según nuestra propia experiencia, nuestros deseos o nuestros anhelos. Quizás, si tomáramos como costumbre cambiar ese cristal por otros ajenos podríamos tomar una dimensión más exacta de cada problema, y buscar respuestas más ajustadas, no tan ceñidas al orgullo personal.
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En fechas recientes fue protagonista del debate público en España la llamada "guerra del agua". Determinadas poblaciones y regiones con gran tradición agrícola a pesar de estar en una zona seca del país, ante el riesgo de que la escasez de agua ponga en serio peligro uno de sus principales sustentos económicos, no dejan de demandar al Gobierno estatal que se hagan las obras oportunas para hacer llegar el líquido elemento desde los ríos más caudalosos del país hasta sus campos. Pero las poblaciones y comarcas atravesadas por esos ríos se niegan rotundamente y de manera sistemática, aduciendo múltiples motivos más o menos justificados en defensa del equilibrio medioambiental, y esgrimiendo unos derechos de propiedad sobre el uso del agua que discurre por sus territorios.

Con el paso del tiempo, han llegado las vacas flacas. En la ciudad de Barcelona, la más importante de Cataluña (una de las regiones regadas por el río Ebro, el más caudaloso del país), se anuncian cortes incluso en el agua de consumo humano a pocos meses vista debido a la disminución de las reservas en los embalses, y la alta demanda. Y esos políticos que se negaban a realizar los travases de agua a los demás territorios del país se han visto forzados a proyectar uno desde el río a esta ciudad como solución de urgencia para paliar el problema, desdiciendo todos los argumentos que esgrimían hasta la fecha.

No es mi intención entrar a valorar este asunto tal y como se está haciendo en los medios de comunicación nacionales, al abrigo de las consignas políticas de sus partidos afines. Ya están ellos para recrudecer las guerras y aventar la cizaña. Sólo utilizo este ejemplo, como otros tantos que existen, para analizar actitudes humanas -y mías propias- desde una atalaya de mero observador.

Posiblemente, las decisiones de unos y otros no hubieran sido las mismas si en vez de mirar únicamente por sus propios intereses, se hubieran fijado desde el principio en la necesidad ajena. Por eso, en medio de este guirigay dialéctico en el que unos han tenido que agachar la cabeza y buscar nuevas argumentaciones para justificar su contradicción, otros se envalentonan pensando que las circunstancias les han dado la razón, y otros se preguntan incrédulos cómo puede una ciudad moderna y avanzada presentar carencias en un servicio tan básico como el abastecimiento de agua,
quizás convenga añadir un nuevo "cristal", otro punto de vista del que no he escuchado ningún comentario. Porque no podemos dejar de analizar los problemas locales desde una dimensión más universal y seguir destapando las vergüenzas de la sociedad de la opulencia. Ya va siendo hora de que todos guardemos silencio y escuchemos el grito silencioso de tantas y tantas personas que diariamente no tienen acceso al agua potable, y de las que apenas nadie se acuerda.

Y si una ciudad como Barcelona es capaz de movilizar y cambiar voluntades para solucionar en tiempo récord sus probables restricciones de agua, bueno es reflexionar por qué muchas otras ciudades y poblaciones del mundo -mucho más pequeñas y que no demandan un volumen de agua tan alto para subsistir- siguen hoy día agonizando de sed sin que salten las alarmas, sin que a casi nadie parezca importarle. Para ellos no ha habido una sensibilidad generalizada que busque solucionar el problema de una manera tan rápida y eficaz.

Cualquier necesidad que surja en el entorno del mundo desarrollado no es ni de lejos comparable con la precariedad que sufren esos pueblos que muchos quieren olvidar. Y desde esa perspectiva me atrevo a afirmar que mejor solución aún que la construcción de un trasvase sería realizar una reflexión profunda y una campaña agresiva de moderación y racionalización del consumo de agua, que tantas veces se desperdicia alegremente sin que nos duela.

Todavía resuenan en mi cabeza las palabras de un misionero en Zimbabwe que solicitaba urgentemente ayuda económica para la construcción de pozos con los que extraer el abundante agua existente en el subsuelo pero a la que los habitantes de aquellas poblaciones africanas no tenían posibilidad de acceder. Para la construcción de cada pozo tan sólo se necesitaban 6000 euros. Si este misionero se enterara de las auténticas memeces, completamente gratuitas, en las que se suelen despilfarrar cantidades mucho más ingentes de dinero público, probablemente lloraría de rabia e indignación. Y también merecerían más de una lágrima ciertos dispendios de "dinero privado" de individuos y familias cuando ya se tienen cubiertas las necesidades básicas.


Son las perversiones de la sociedad contemporánea, los pies de barro de un enorme gigante llamado "progreso", que crece día a día sin reforzar sus cimientos.



CARTA DE NAVEGACIÓN

Jesús , cansado de la caminata, se sentó sin más, al borde del pozo.
Era cerca del mediodía.
Una mujer samaritana llegó para sacar agua,
y Jesús le dijo: "Dame de beber"
La samaritana le dijo: "¿cómo tú, que eres judio, me pides de beber a mí,
que soy una mujer samaritana?"
Jesús le contestó: "¡Si tú conocieras el Don de Dios!.
Si tú supieras quién es el que te pide de beber,
tú misma me pedirías a mí.
Y yo te daría agua viva."
(Jn 4, 6b-7, 9-10)



DIARIO DE NAVEGACIÓN