Théodore Géricault. "La balsa de la Medusa" (1819)
Hay algunas cosas que en el mundo de hoy exigen disponer de coraje y demostrar cierto grado de heroísmo. Sin duda, entre ellas están, por un lado, declararse públicamente cristiano, y por otro, meterse en política. Por eso, cuando descubro a un político que tiene los suficientes arrestos como para admitir ante los medios que es creyente, no puedo evitar admirarlo doblemente. Al menos en un primer instante. Luego, evidentemente, le tocará demostrarlo con hechos, y no sólo con palabras.
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No obstante, lo que quiero analizar y compartir hoy no está dirigido exclusivamente a estos profesionales de la política que no esconden sus creencias. También incluyo a todos los cristianos que también tienen claramente definida su ideología política, sean militantes o sencillamente simpatizantes. No puedo esconder un enorme sentimiento de envidia, por cuanto personalmente me cuesta adscribirme o decantarme por un determinado partido político u opción ideológica de las que se encuentran definidas a día de hoy. No sé si eso quiere decir que soy de centro. Pero lo cierto es que encuentro en toda la variopinta oferta política -por cierto, no tan variada- demasiadas zonas negras, demasiados puntos oscuros, demasiadas contradicciones esenciales con aspectos fundamentales de mis creencias y de mi forma de entender la realidad. De tal forma que, después de haber sufrido durante el discernimiento de mi voto, una vez pasadas las elecciones, me he quedado más de una vez con la sensación de haber lanzado un torpedo contra la línea de flotación de mis principios de vida y de mis convencimientos de fe... Y eso, a pesar de no haber votado en la vida dos veces seguidas al mismo partido político.
No entiendan mal mi lamento. Doy gracias a Dios por tener, al menos, la fortuna de encontrarme en un sistema que me permite votar entre diferentes opciones. Pero no encuentro forma de encontrar una alternativa que, ni siquiera acudiendo al tópico de "optar por lo menos malo", me deje tranquilo. Por eso quiero compartir mi reflexión crítica y mis cuestionamientos, como digo, con todos aquellos cristianos que ya no albergan dudas sobre su adscripción política. ¿Acaso no encuentran, en numerosas ocasiones, flagrantes contradicciones entre su ideología y su fe, entre lo que orienta su partido y lo que dictamina su conciencia? ¿Es compatible la asunción y potenciación de una estructura económica a todas luces injusta y generadora de bolsas de pobreza -que asume desde sus planteamientos la existencia de personas que inevitablemente se van a quedar al margen del desarrollo económico- con la opción preferencial por los más pobres que nos enseña el Evangelio? ¿Es coherente el apoyo ideológico de un sistema que se permite el lujo de tirar al vertedero toneladas de alimentos denominados "excedentes de producción" con la excusa de mantener un determinado nivel de precios, sabiendo que millones de personas se están muriendo literalmente de hambre? ¿Es posible compaginar la defensa de leyes que atacan de raíz el derecho fundamental y el respeto a la vida humana en pro de un supuesto bienestar social, con la máxima evangélica "lo que hagáis con uno de estos pequeños, lo hacéis conmigo"? ¿Acaso tiene que ver en algo ese Dios-Padre que deja marchar al hijo pródigo respetando su libertad con unos sistemas de gobierno totalitarios que tratan continuamente de cercenar la libertad de aquellos que discrepan de sus ideas?...
Estoy absolutamente convencido que los choques entre el tren de las consignas ideológicas y el de los principios morales deben ser continuos y de extraordinaria brutalidad en cada persona que se tome en serio ambas cuestiones. En cada uno de esos momentos de conflicto es necesario elegir. Y en las decisiones tomadas se dejará traslucir cuáles son en realidad los valores dominantes, en dónde realmente se deposita la propia confianza... Ahí estará la clave del testimonio que se transmite, porque "por sus obras los conoceréis". Y lo que tengo claro es que, salvo muy contadas y honrosas excepciones, la actitud más generalizada -por más que me pese- es la de adaptar la opinión o los criterios de actuación y pensamiento a las directrices marcadas por el partido o líder de turno, aunque ello suponga sacrificar los principios evangélicos y los fundamentos de la propia fe. Así, es muy común contemplar el esperpéntico espectáculo de dictadores católicos que reprimen, torturan y masacran a todo el que discrepe de ellos, de cristianos confesos que justifican sin ningún pudor la necesidad de iniciar guerras como remedio a otros males independientemente de los muertos que ello produzca, o de otros que manifiestan estar a favor de medidas pro-abortivas o de la manipulación y sacrificio indiscriminado de embriones... Y cuando no se promueven explícitamente semejantes aberraciones, se apoyan implícitamente con un silencio cómplice (al menos ante la opinión pública) por no perjudicar "la imagen" del partido o por miedo a represalias internas.
Manteniendo esa actitud se están transmitiendo claramente, como mínimo, dos convicciones: por un lado, que la fe en Jesús se modela y tergiversa a conveniencia por lo que, en el fondo, no sirve como elemento configurador de la propia vida (al menos, no tanto como la ideología); y por otro lado, que no se tiene confianza suficiente en que el Evangelio realmente puede ser realmente un proyecto alternativo y válido para el mundo que vivimos hoy. Ambos mensajes me resultan francamente deplorables. Y por ello, mi admiración inicial a todos los que se aventuran en el mundo de la política declarándose creyentes -ya sea como políticos en activo, como militantes o simpatizantes- suele tornarse frecuentemente en una enorme decepción. Sinceramente, de ellos espero, independientemente de su sensibilidad ideológica, otra cosa: algo distinto, nuevo... y no más de lo mismo.
No obstante, vuelvo a resaltar su valentía, porque también entiendo la dificultad de la empresa. El mundo de hoy es como una enorme apisonadora, y es muy difícil nadar contra corriente. Quizás, precisamente por eso, tendríamos que estar mucho más alerta para no perder nunca el norte, y no perdernos en nuestra travesía. Porque si realmente uno es creyente, desde mi forma de entender las cosas, uno toma la determinación de hacer de Jesucristo el centro de su vida, el principio y fundamento, y de trabajar por un proyecto de vida acorde al Evangelio que intente hacer presente en el mundo el Reino de Dios y su justicia. Y todo lo demás debería estar supeditado a ésto y no al revés.
PD: Recomiendo vivamente la lectura del comunicado de la Acción Católica General de Adultos ante las próximas elecciones generales; así como los posts "Creo en la política (I)" y "Creo en la política (II): la escala de valores" en el blog de Armando Vallejo Waigand.
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No obstante, lo que quiero analizar y compartir hoy no está dirigido exclusivamente a estos profesionales de la política que no esconden sus creencias. También incluyo a todos los cristianos que también tienen claramente definida su ideología política, sean militantes o sencillamente simpatizantes. No puedo esconder un enorme sentimiento de envidia, por cuanto personalmente me cuesta adscribirme o decantarme por un determinado partido político u opción ideológica de las que se encuentran definidas a día de hoy. No sé si eso quiere decir que soy de centro. Pero lo cierto es que encuentro en toda la variopinta oferta política -por cierto, no tan variada- demasiadas zonas negras, demasiados puntos oscuros, demasiadas contradicciones esenciales con aspectos fundamentales de mis creencias y de mi forma de entender la realidad. De tal forma que, después de haber sufrido durante el discernimiento de mi voto, una vez pasadas las elecciones, me he quedado más de una vez con la sensación de haber lanzado un torpedo contra la línea de flotación de mis principios de vida y de mis convencimientos de fe... Y eso, a pesar de no haber votado en la vida dos veces seguidas al mismo partido político.
No entiendan mal mi lamento. Doy gracias a Dios por tener, al menos, la fortuna de encontrarme en un sistema que me permite votar entre diferentes opciones. Pero no encuentro forma de encontrar una alternativa que, ni siquiera acudiendo al tópico de "optar por lo menos malo", me deje tranquilo. Por eso quiero compartir mi reflexión crítica y mis cuestionamientos, como digo, con todos aquellos cristianos que ya no albergan dudas sobre su adscripción política. ¿Acaso no encuentran, en numerosas ocasiones, flagrantes contradicciones entre su ideología y su fe, entre lo que orienta su partido y lo que dictamina su conciencia? ¿Es compatible la asunción y potenciación de una estructura económica a todas luces injusta y generadora de bolsas de pobreza -que asume desde sus planteamientos la existencia de personas que inevitablemente se van a quedar al margen del desarrollo económico- con la opción preferencial por los más pobres que nos enseña el Evangelio? ¿Es coherente el apoyo ideológico de un sistema que se permite el lujo de tirar al vertedero toneladas de alimentos denominados "excedentes de producción" con la excusa de mantener un determinado nivel de precios, sabiendo que millones de personas se están muriendo literalmente de hambre? ¿Es posible compaginar la defensa de leyes que atacan de raíz el derecho fundamental y el respeto a la vida humana en pro de un supuesto bienestar social, con la máxima evangélica "lo que hagáis con uno de estos pequeños, lo hacéis conmigo"? ¿Acaso tiene que ver en algo ese Dios-Padre que deja marchar al hijo pródigo respetando su libertad con unos sistemas de gobierno totalitarios que tratan continuamente de cercenar la libertad de aquellos que discrepan de sus ideas?...
Estoy absolutamente convencido que los choques entre el tren de las consignas ideológicas y el de los principios morales deben ser continuos y de extraordinaria brutalidad en cada persona que se tome en serio ambas cuestiones. En cada uno de esos momentos de conflicto es necesario elegir. Y en las decisiones tomadas se dejará traslucir cuáles son en realidad los valores dominantes, en dónde realmente se deposita la propia confianza... Ahí estará la clave del testimonio que se transmite, porque "por sus obras los conoceréis". Y lo que tengo claro es que, salvo muy contadas y honrosas excepciones, la actitud más generalizada -por más que me pese- es la de adaptar la opinión o los criterios de actuación y pensamiento a las directrices marcadas por el partido o líder de turno, aunque ello suponga sacrificar los principios evangélicos y los fundamentos de la propia fe. Así, es muy común contemplar el esperpéntico espectáculo de dictadores católicos que reprimen, torturan y masacran a todo el que discrepe de ellos, de cristianos confesos que justifican sin ningún pudor la necesidad de iniciar guerras como remedio a otros males independientemente de los muertos que ello produzca, o de otros que manifiestan estar a favor de medidas pro-abortivas o de la manipulación y sacrificio indiscriminado de embriones... Y cuando no se promueven explícitamente semejantes aberraciones, se apoyan implícitamente con un silencio cómplice (al menos ante la opinión pública) por no perjudicar "la imagen" del partido o por miedo a represalias internas.
Manteniendo esa actitud se están transmitiendo claramente, como mínimo, dos convicciones: por un lado, que la fe en Jesús se modela y tergiversa a conveniencia por lo que, en el fondo, no sirve como elemento configurador de la propia vida (al menos, no tanto como la ideología); y por otro lado, que no se tiene confianza suficiente en que el Evangelio realmente puede ser realmente un proyecto alternativo y válido para el mundo que vivimos hoy. Ambos mensajes me resultan francamente deplorables. Y por ello, mi admiración inicial a todos los que se aventuran en el mundo de la política declarándose creyentes -ya sea como políticos en activo, como militantes o simpatizantes- suele tornarse frecuentemente en una enorme decepción. Sinceramente, de ellos espero, independientemente de su sensibilidad ideológica, otra cosa: algo distinto, nuevo... y no más de lo mismo.
No obstante, vuelvo a resaltar su valentía, porque también entiendo la dificultad de la empresa. El mundo de hoy es como una enorme apisonadora, y es muy difícil nadar contra corriente. Quizás, precisamente por eso, tendríamos que estar mucho más alerta para no perder nunca el norte, y no perdernos en nuestra travesía. Porque si realmente uno es creyente, desde mi forma de entender las cosas, uno toma la determinación de hacer de Jesucristo el centro de su vida, el principio y fundamento, y de trabajar por un proyecto de vida acorde al Evangelio que intente hacer presente en el mundo el Reino de Dios y su justicia. Y todo lo demás debería estar supeditado a ésto y no al revés.
PD: Recomiendo vivamente la lectura del comunicado de la Acción Católica General de Adultos ante las próximas elecciones generales; así como los posts "Creo en la política (I)" y "Creo en la política (II): la escala de valores" en el blog de Armando Vallejo Waigand.
CARTA DE NAVEGACIÓN
Ningún siervo puede servir a dos señores:
odiará a uno y amará a otro
o se afeccionará al uno y despreciará al otro.
(Lc 16, 13a)
odiará a uno y amará a otro
o se afeccionará al uno y despreciará al otro.
(Lc 16, 13a)