Leonardo Da Vinci. "El Hombre de Vitrubio" (1486)
Enciendo la radio al levantarme y escucho al locutor matinal de la radio episcopal mofarse y proferir insultos a todo aquél que no piense como él, y ante semejante "ejemplo" de caridad cristiana opto por cambiar de dial. Oigo a otro locutor que insta a censurar y cerrar la emisora de los obispos por discrepar abiertamente de su línea editorial, al tiempo que sin ningún rubor se declara abiertamente defensor a ultranza de la libertad de expresión. En las noticias comentan la detención de un supuesto pederasta. No sé cuando celebrarán el juicio, pero al igual que ocurre en todos los países que se vanaglorian de defender la presunción de inocencia, todo el mundo ya lo ha condenado. Poco más tarde entrevistan al portavoz del partido político en el gobierno, que denuncia la falta de independencia de los órganos judiciales, porque no pueden elegir a un magistrado afín a sus ideas políticas por culpa del bloqueo del partido de la oposición -que propone a otro de su cuerda-.
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Desayuno leyendo en el periódico la alarma que produce el escandaloso aumento de embarazos y abortos en menores de edad mientras me viene a la memoria la cantidad de campañas institucionales realizadas en colegios de educación primaria invitando a tener relaciones sexuales con quien quieran -eso sí, con condón-. Debo tener una mente muy cerrada, pero sigo sin entender cómo esta misma sociedad que estima suficientemente maduro a un menor de edad como para invitarle a vivir plenamente su sexualidad, sin embargo lo considere falto de suficiente responsabilidad como para votar, comprar bebidas alcohólicas, e incluso tener culpa si cometiese algún delito...
Salgo corriendo de casa para llegar pronto al atasco. En el autobús, un caballero que protestó airadamente al chófer su falta de consideración por arrancar antes de que estuviera sentado, no es capaz de ceder su asiento a una pobre anciana que se sube en la siguiente parada. A mi espalda, una joven comenta al chico que le acompaña que es vegetariana por no estar de acuerdo con el indigno sacrificio indiscriminado de animales, y poco más tarde defiende con igual vehemencia el derecho de las mujeres al aborto.
Ya en el trabajo, un compañero de oficina me distrae quejándose de la corrupción reinante entre la clase política mientras termina de sacar -a cuenta de la empresa- copias del último bestseller que le prestó un amigo suyo en la fotocopiadora que está junto a mi mesa. Bajando en el ascensor, otro compañero se lamenta -con razón- de las dificultades para conciliar hoy día la vida laboral y la familiar, poco antes de alabar las virtudes de la televisión a la hora de hipnotizar a sus hijos mientras lee el periódico y recomendarme la niñera que le asiste cuando se va con sus colegas a la bolera.
Salgo a tomar el almuerzo con unos amigos. Sentados a la mesa, uno de ellos -que se autoproclama como católico no practicante-, critica la postura de la iglesia frente a la ley de matrimonios homosexuales justo antes de llamar maricón a su jefe, al que se pasa la vida haciéndole la pelota (aunque no es de su agrado) por si algún día consigue que le ascienda. El otro cambia el tema de conversación, comentando lo importante que es acudir a manifestaciones contra la violencia machista y en defensa de los derechos de la mujer, aunque yo sé que en su casa no da un palo al agua y encima le da un bufido a su mujer cada vez que ve una arruga en la camisa que ella le prepara por las mañanas.
Vuelvo a casa paseando por la avenida observando cómo aún afean el paisaje urbano los restos de carteles y pegatinas de propaganda electoral de los mismos políticos que nos prometían mantener nuestra ciudad limpia. Precisamente, dos señores comentan lo sucias que están las calles a la vez que el perro que llevan atado a su correa se hace caca en la acera sin que ninguno de ellos se moleste en recoger la deposición. En varios muros se repiten los antiestéticos graffittis de un colectivo ecologista que reclama una mayor protección de nuestro medio ambiente y un mayor cuidado de nuestro entorno.
En el portal me tropiezo con la misma vecina que la semana pasada me hablaba con admiración de la gran cantidad de dinero que se consiguió recaudar durante el maratón solidario que emitieron por la tele -y en el que ella colaboró con una humilde aportación-. Hoy me pasa un papel para que firme en protesta por la ubicación de un centro de acogida de inmigrantes en el barrio.
Mientras ceno, escucho por la radio a un sesudo experto en economía que exclama alarmado cuán desastrosa es la situación que vive el país cuando los bancos sólo han logrado incrementar un 20% sus beneficios respecto al año anterior. Y otro contertulio subraya sus palabras planteando que la solución a la crisis económica está en la imperiosa necesidad de moderar los salarios, realizar reconversiones empresariales que conlleven una reducción de plantillas y despido de trabajadores.
Me meto en la cama reflexionando sobre las numerosas incoherencias de mi vida. Y a estas alturas del día, si hay algo que tengo claro es que, posiblemente, el hombre sea el único animal empeñado en demostrar lo cuadrado que puede llegar a ser un círculo. Este lago es un mar de contradicciones y yo mismo no soy ajeno a ellas. Quizás por eso es tan complicado mantenerse a flote. Siento envidia de esa bandada de pajarillos que vuela alegremente con la libertad que sólo tienen los que logran ser plenamente coherentes.
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Desayuno leyendo en el periódico la alarma que produce el escandaloso aumento de embarazos y abortos en menores de edad mientras me viene a la memoria la cantidad de campañas institucionales realizadas en colegios de educación primaria invitando a tener relaciones sexuales con quien quieran -eso sí, con condón-. Debo tener una mente muy cerrada, pero sigo sin entender cómo esta misma sociedad que estima suficientemente maduro a un menor de edad como para invitarle a vivir plenamente su sexualidad, sin embargo lo considere falto de suficiente responsabilidad como para votar, comprar bebidas alcohólicas, e incluso tener culpa si cometiese algún delito...
Salgo corriendo de casa para llegar pronto al atasco. En el autobús, un caballero que protestó airadamente al chófer su falta de consideración por arrancar antes de que estuviera sentado, no es capaz de ceder su asiento a una pobre anciana que se sube en la siguiente parada. A mi espalda, una joven comenta al chico que le acompaña que es vegetariana por no estar de acuerdo con el indigno sacrificio indiscriminado de animales, y poco más tarde defiende con igual vehemencia el derecho de las mujeres al aborto.
Ya en el trabajo, un compañero de oficina me distrae quejándose de la corrupción reinante entre la clase política mientras termina de sacar -a cuenta de la empresa- copias del último bestseller que le prestó un amigo suyo en la fotocopiadora que está junto a mi mesa. Bajando en el ascensor, otro compañero se lamenta -con razón- de las dificultades para conciliar hoy día la vida laboral y la familiar, poco antes de alabar las virtudes de la televisión a la hora de hipnotizar a sus hijos mientras lee el periódico y recomendarme la niñera que le asiste cuando se va con sus colegas a la bolera.
Salgo a tomar el almuerzo con unos amigos. Sentados a la mesa, uno de ellos -que se autoproclama como católico no practicante-, critica la postura de la iglesia frente a la ley de matrimonios homosexuales justo antes de llamar maricón a su jefe, al que se pasa la vida haciéndole la pelota (aunque no es de su agrado) por si algún día consigue que le ascienda. El otro cambia el tema de conversación, comentando lo importante que es acudir a manifestaciones contra la violencia machista y en defensa de los derechos de la mujer, aunque yo sé que en su casa no da un palo al agua y encima le da un bufido a su mujer cada vez que ve una arruga en la camisa que ella le prepara por las mañanas.
Vuelvo a casa paseando por la avenida observando cómo aún afean el paisaje urbano los restos de carteles y pegatinas de propaganda electoral de los mismos políticos que nos prometían mantener nuestra ciudad limpia. Precisamente, dos señores comentan lo sucias que están las calles a la vez que el perro que llevan atado a su correa se hace caca en la acera sin que ninguno de ellos se moleste en recoger la deposición. En varios muros se repiten los antiestéticos graffittis de un colectivo ecologista que reclama una mayor protección de nuestro medio ambiente y un mayor cuidado de nuestro entorno.
En el portal me tropiezo con la misma vecina que la semana pasada me hablaba con admiración de la gran cantidad de dinero que se consiguió recaudar durante el maratón solidario que emitieron por la tele -y en el que ella colaboró con una humilde aportación-. Hoy me pasa un papel para que firme en protesta por la ubicación de un centro de acogida de inmigrantes en el barrio.
Mientras ceno, escucho por la radio a un sesudo experto en economía que exclama alarmado cuán desastrosa es la situación que vive el país cuando los bancos sólo han logrado incrementar un 20% sus beneficios respecto al año anterior. Y otro contertulio subraya sus palabras planteando que la solución a la crisis económica está en la imperiosa necesidad de moderar los salarios, realizar reconversiones empresariales que conlleven una reducción de plantillas y despido de trabajadores.
Me meto en la cama reflexionando sobre las numerosas incoherencias de mi vida. Y a estas alturas del día, si hay algo que tengo claro es que, posiblemente, el hombre sea el único animal empeñado en demostrar lo cuadrado que puede llegar a ser un círculo. Este lago es un mar de contradicciones y yo mismo no soy ajeno a ellas. Quizás por eso es tan complicado mantenerse a flote. Siento envidia de esa bandada de pajarillos que vuela alegremente con la libertad que sólo tienen los que logran ser plenamente coherentes.
CARTA DE NAVEGACIÓN
Poco después se le acercaron los que estaban ahí y le dijeron:
"No puedes negar que eres uno de los galileos:
se nota en tu modo de hablar"
Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre.
Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre.
Y al momento cantó el gallo
Y recordó Pedro las palabras que Jesús le había dicho:
"Antes del canto del gallo me negarás tres veces"
Y saliendo afuera, lloró amargamente.
(Mt 26, 73-75)
Y recordó Pedro las palabras que Jesús le había dicho:
"Antes del canto del gallo me negarás tres veces"
Y saliendo afuera, lloró amargamente.
(Mt 26, 73-75)