Michelangelo Buonarroti. "La creación de Adán" (1511)
Hace algun tiempo, uno de los jóvenes a los que daba catequesis me comentó que atravesaba una grave "crisis de fe". Para mí resultó una gran sorpresa. Años atrás, este chico -muy noble y buena gente, por cierto- había recibido el sacramento de la confirmación libremente y convencido del paso que estaba dando. Sin embargo, y aunque ocasionalmente se puedan "forzar", normalmente una persona no elige pasar por una "crisis". Éstas simplemente llegan, y en la mayoría de las ocasiones, cuando uno menos se lo espera.
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Según me explicó, sus dudas surgieron progresivamente mientras avanzaba en sus estudios de medicina. Profundizar e indagar en los mecanismos físicos y biológicos de la vida, la muerte, la enfermedad... había hecho que dejara de creer en la existencia de Dios. Subrayo este detalle, porque tal y como expliqué en mi anterior escrito sobre este mismo tema, desde mi percepción, lo que este chico estaba experimentando no era realmente una "crisis de fe", sino una "crisis de su fe en Dios". Hago este matiz, porque me parece importante. No es lo mismo experimentar un vacío de fe, una absoluta falta de confianza en todo, que realizar una "sustitución" de aquello en lo que se cree. Lo primero suele sumir a la persona en la desesperación (o sea, perder absolutamente toda ilusión y esperanza). Lo segundo no, si bien la persona puede sufrir las distorsiones lógicas en todo periodo de transformación y cambio.
Como iba diciendo, el joven del que hablo optó por "dejar de confiar" en Dios y "depositar absolutamente toda su confianza" en la razón humana y su potencialidad. Apostó por creer que la ciencia, más tarde o temprano, terminará por dar respuestas a todas las incógnitas y por colmar todas sus expectativas e ilusiones. Dicho de otro modo, cambió su fe en Dios por su fe en la razón. Aunque pueda sonar extraño, lo he dicho bien: "Fe" en la razón. Y es que incluso los avances científicos y las teorías demostradas empíricamente hay que creéselas. Pero será mejor explicar esta idea en otro artículo, para no desviarme demasiado del discurso principal.
Lo que a mí me resulta más destacable de la experiencia de este chico no es tanto su fe en la razón y en la ciencia como el hecho de que dejara de creer en Dios. Y creo que es importante encontrar la causa última de su pérdida de confianza en Dios y su existencia. Porque, contrariamente a lo que muchos piensan y predican, ambas creencias no son incompatibles. Es bastante común encontrar hombres de ciencia, investigadores, estudiosos, filósofos... que se declaran creyentes sin que ello les suponga ningún tipo de conflicto. Y entre los que se declaran no creyentes, muchos se resisten a negar la existencia de Dios, reconociendo que es tan difícil probar su presencia como su ausencia...
uno de los padres de la teoría del Big Bang.
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Cuando una persona que afirmaba tener fe en Dios deja de creer en Él, lo que pone de manifiesto es que realmente su fe era débil, su confianza no era plena, no tenía bien consolidados los cimientos de esa fe. Y si fallan los cimientos, la casa se cae. En ese sentido se puede decir que las dudas que aparecen son las grietas que avisan del colapso inminente. Para tener fe, y una fe bien fundamentada, es necesario tener motivos, "razones" para creer. Incluso, yo diría que es imprescindible si no se quiere estar a expensas de que cualquier tempestad nos haga naufragar a las primeras de cambio. Dicho de otro modo, hay que saber dar razón de nuestra fe en Dios, ante nosotros mismos y ante el mundo. Si no tenemos esas "razones", esa fe se diluirá como el humo en el cielo, hasta desaparecer completamente (como le ocurrió a este chico). Son esas "razones" las que nos proporcionan la parte de seguridad que todo ejercicio de fe requiere, las que nos llevan a elegir en dónde depositamos nuestra confianza y en dónde no; de quién nos fiamos y de quién no. Nuestra experiencia nos da una cierta garantía, la certeza de que nuestra confianza no va a ser traicionada. Y esto ocurre siempre: cuando creemos en nuestra pareja, cuando confiamos en amigos, en familiares, en otras personas o cosas, incluso cuando creemos en nosotros mismos... También cuando creemos en Dios.
Ahora bien, aunque estas "razones" no lleguen a ser científicas ni empíricas, no dejan de ser válidas. Porque la fe en Dios, -como la confianza en un amigo, en tu pareja, o en un familiar...- tiene que ver más con el mundo de las experiencias, de las emociones, de los sentimientos, de las vivencias, de las complicidades, de las empatías, de las miradas al corazón... Son esas "experiencias" la que nos proporcionan las "evidencias" que hacen que nos fiemos de unas personas y no tanto de otras. Es algo similar a un enamoramiento. No sé si habrá muchas personas que, al enamorarse, tengan la capacidad de dar argumentos exclusivamente racionales del por qué se han quedado prendados precisamente de esa persona y no de otra (y si las hay, no sé si sus parejas los aguantarían). Lo normal es que se ofrezcan explicaciones subjetivas y personales que sólo sean entendidas al cien por cien por las personas directamente implicadas en el enamoramiento. Y aunque seguramente estas explicaciones no serán muy útiles para otro hasta que tenga una experiencia similar, uno llega a intuir que hay una fuerza poderosa que alimenta ese convencimiento en cada gesto, cada mirada, cada palabra... en la pasión que transmite la persona enamorada. Utilizando otra metáfora, se podría hacer llegar el olor de la comida, pero la otra persona jamás sabrá a qué sabe el plato hasta que lo pruebe directamente él mismo.
Pues algo así es la fe en Dios: Un enamoramiento personal, un encuentro casual con Alguien que se hace presente en tu vida, que te llama por tu nombre, que te cautiva, que te fascina, que te conoce, que te conquista y que te propone un estilo de vida basado en el Amor -la misma esencia de Dios- que resulta más que convincente como proyecto existencial, como fundamento y como alternativa. Y mi percepción es que el mundo echa en falta que, de una vez por todas, los que nos declaramos creyentes hablemos de esas razones personales, intransferibles y absolutamente subjetivas por las que creemos en Dios. Y creo que ya va siendo hora de que, en vez de perdernos en el bosque de las frías discusiones sobre cuestiones dogmáticas, morales o similares..., por fin empecemos a dar testimonio de nuestra experiencia personal, de nuestros encuentros con Dios, con ese brillo en los ojos que sólo tienen las personas que están realmente enamoradas.
[Ver también "La fe cuestionada (Razones para creer - 1)"].
"Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por el testimonio de la mujer,
que decía: "Me ha dicho todo cuanto hice".
Y cuando llegaron a Él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos.
Él se quedó allí dos días y creyeron muchos más al oírlo.
Y decían a la mujer: "No creemos ya por tu palabra,
pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es de verdad el Salvador del mundo"